Mascarita morena Vs. Greñas tricolor
Ratas Peleoneras en el Senado: Un
Duelo Subterráneo con Sabor a Política
Por Rodolfo Herrera Charolet
En las profundidades sucias del Senado mexicano, donde el
aire se carga con el peso de promesas y discursos que caen como lluvia fina
sobre un techo agrietado, los ratones de la fauna política, los políticos no
piden permiso para armar su espectáculo. No son como las ratas del metro de
Nueva York, esas criaturas grises que salen de grietas con colas erguidas como
látigos, listas para un duelo ninja en un andén atestado; aquí, en el corazón
del poder, son hombres con trajes impecables y rabia contenida, peleando por un
pedazo de territorio que huele a corrupción y olvido.
Imaginemos el espectáculo: el 27 de agosto de 2025, mientras
en Nueva York dos roedores se revuelcan en un video viral del New York Post, en
México, el vídeo también viral de Alejandro "Alito" Moreno y Gerardo
Fernández Noroña convierten la tribuna del Senado en un ring improvisado, un
baile torpe de empujones y puños que deja boquiabiertos a los legisladores como
pasajeros en hora pico.
Yo lo vi todo en clips que inundaron las redes, con un café
negro en la mano desde mi butaca de cine que he improvisado en el sillón de mi
casa, riéndome solo en mi rincón imaginario, el cuello tieso de tanto mirar
pantallas y de un golpe que me di al caer de las escaleras. Alito, líder del
PRI con mirada de quien ha visto demasiadas traiciones, sube a la tribuna
mientras suena el himno, reclamando su turno sobre soberanía y narco. Noroña,
de Morena, cierra el micrófono con calma fingida, y boom:
Mascarita morena "¡No me toques!", grita, cuando greña
tricolor Alito le agarra el brazo. Puñetazos vuelan, crudos y desordenados,
como las garras de esas ratas neoyorquinas arañando concreto manchado. Un
derechazo de greñas, manda a la lona a Emiliano González, el fotógrafo de
Noroña, mientras que mascarita corre a su esquina, por no decir que huye. La cámara
360 deja testimonio de las patadas. Alito lanza amenazas –"Te rompo tu
madre", se oye que vocifera desde su rin improvisado–, y Noroña antes de
guarecerse había respondido con un empujón, en un intento de aplicar la Nelson
o un candado doble, llamándolo "traidor".
Es una coreografía de lucha libre política: movimientos
rápidos, colas de poder enredándose, dientes afilados bajo las luces del salón
que parpadean como nervios expuestos. Los espectadores de primera fila con
entrada asegurada –legisladores con caras de "otro día más en el
circo"– se detienen en seco. "¡Oh, Dios mío!", parece susurrar
alguien en el fondo, y un tipo con barba desaliñada murmura algo como
"¡Mierda santa!", mientras el Senado se transforma en un andén de
caos. Las risas ahogadas y los gritos de asombro rebotan en las paredes de
mármol, convirtiendo un debate sobre intervenciones yankis en un espectáculo
inolvidable.
En las redes, lo bautizaron "la pelea épica de ratas
políticas", y los clips se viralizaron como un incendio en un basurero:
miles de vistas, memes con Alito y Noroña como roedores con máscaras de
samurái, dojos en el Zócalo.
Yo pretendo entonces, capturar ese circo en un escrito de página
sutil: la nieve cubriendo el jardín del poder, purificando la suciedad, pero
debajo late el pulso de lo inevitable, la fragilidad de hombres que se rozan y
se hieren como bolas efímeras de nieve.
Así que, entre un reproche moderado, sin tintes ni fobias,
como cualquier borracho, armado de una cerveza fría en la mano, entiendo a la
perfección esa danza de payasos. En donde los golpes resuelven la fuga de
adrenalina contenida, como aquel par de ratas neoyorquinas disputándose un
trozo de queso.
No hay moralina en su riña; solo instinto crudo,
supervivencia por un trozo de alimento que nadie come. Mientras en Nueva York
los pasajeros alzan teléfonos para grabar saltos ágiles y colas enredadas, en
México, senadores intervienen –Dolores Padierna separa como una madre en una
fiesta–, pero el daño está hecho: moretones frescos, un trabajador herido, y el
país mirando desde pantallas. ¿Quién gana? Nadie lo dice; los videos cortan
antes, pero en mi mente, ambos se retiran exhaustos, sus colas curvas finalmente
se entrelazan, como promesas y de vuelta a sus agujeros de influencia.
Al día siguiente, el sol sale igual sobre el Zócalo y la Gran
Manzana, pero las sombras se alargan en ambos mundos. Noroña declara en
conferencia: "Me golpeó y me dijo que me iba a matar", con moretones
que parecen garras de roedor. Alito contraataca en Twitter: "Morena nos
calló a la fuerza". Es el clásico tango de acusaciones, donde cada uno
pinta al otro como la rata villana. Y como en el metro neoyorquino, esta escena
no es solo diversión barata: arranca sonrisas, sí, pero pone en el centro el
viejo problema de la fauna urbana –o política– en entornos metropolitanos donde
el caos es rey. La convivencia con estos "roedores" en espacios
públicos como el Senado o los túneles de NY refleja desafíos de higiene moral,
control de plagas en sistemas que dejamos grietas abiertas en nuestra prisa por
el poder.
Algunos en redes elogian la agilidad de las "ratas ninja
mexicanas", otros discuten la vida urbana y política: "¿Cuánto más
vamos a ignorar esto?", preguntan, mientras comparten clips como chistes
privados.
Días después, Memes inundan: Alito y Noroña en rings de lucha
con ratas de fondo. Debajo, fortunas en juego: propiedades de Alito, mansiones
de Noroña. Y luego, la "Ley Alito" en Campeche, el 4 de septiembre,
facilitando expropiaciones –¿venganza o coincidencia? – como si el subsuelo
neoyorquino se extendiera al sur, con roedores reclamando territorio.
Entonces frente a mi teclado, con dedos torpes a causa de un
accidente, dejo testimonio de un susurro sobre la transitoriedad –mono no
aware, el pathos de las cosas efímeras–, cómo Alito, Noroña y las ratas de NY
capturan la esencia de la urbe: feroz, sucia, hermosa en su absurdo.
O quizás, fastidiado de tanto circo y descuido, escribiría mi
crónica: "Dejen que peleen; nos enseñan más sobre nosotros que todos los
himnos y boletos".
Lo cierto es que, por un instante, un andén en Nueva York y
una tribuna en México se fusionaron en rings improvisados, robándose el
espectáculo en mundos donde hasta los roedores –humanos o no– saben cómo
brillar. Al final, el tren se va, la sesión cierra, y las sombras vuelven a
reinar. Pero los videos quedan, ecos de risas en la oscuridad, recordándonos que,
en el subsuelo de la vida, las peleas verdaderas no necesitan aplausos ni
curules; solo instinto y un poco de nieve para cubrir las huellas.
¿O no lo cree usted?
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